La esperanza viene de Palestina
Aunque la injusticia arrase la tierra, la esperanza sigue brotando en quienes resisten con paz y dignidad.
Dichosos los que trabajan por la paz, dichosos los perseguidos por la justicia. Estas y otras bienaventuranzas fuero proclamadas a la multitud en una montaña de palestina hace 2.000 años. Es un proyecto de felicidad, una promesa de dicha, una búsqueda de sentido para el hombre y la mujer que quieren ver su vida realizada pese a la injusticia y la violencia. Es verdad que estas bienaventuranzas son un sí pero todavía no, y por eso están preñadas de esperanza.
El último año y medio en Palestina no parece transmitir ninguna esperanza. Muerte y destrucción, violencia extrema ejercida con impunidad tras un ataque terrorista igualmente sangriento y despiadado. Represión indiscriminada y castigo colectivo de una población que ya había sufrido años de bloqueo, ataques y privaciones. Y todo ello ante una comunidad internacional cómplice en su permisividad ante la barbarie.
El conflicto palestino – israelí no nace el 7 de octubre del 2023, ni menos aún hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Tiene un origen muy concreto con la creación del Estado de Israel y el proyecto sionista que pretende no ceñirse a las fronteras del plan de partición de Naciones Unidas de 1947 sino acaparar todo el territorio de la palestina histórica. Durante 7 décadas se ha sucedido el conflicto; guerras, terrorismo, ocupación militar, intifada, acuerdos de paz frustrados, colonización y construcción de un muro de anexión. El resultado es la consolidación de un Estado militarizado y apoyado militarmente por occidente y la violación continuada del derecho de autodeterminación del pueblo palestino.
Sin embargo, el solo hecho de la resistencia del pueblo palestino pese a tanta agresión es signo de esperanza no sólo para ellos mismos sino para todo el mundo. Y me refiero a la resistencia pacífica que la mayoría del pueblo palestino ejerce con su mera existencia, con su supervivencia diaria, en sus tierras, pese a tanta agresión. Vivir bajo la opresión, bajo el hostigamiento y la humillación continua no es nada sencillo y por eso mismo dota a cada persona que lo hace de una dignidad especial y ejemplar. A este lado del Mediterráneo nos hemos acostumbrado a una vida fácil en la que todo se da por supuesto incluida la libertad de expresión o los derechos a la propiedad privada y a la libre circulación. Y sin embargo nos cuesta encontrar un sentido a nuestra vida y unas motivaciones que la llenen de felicidad. Por eso digo que la esperanza viene de Palestina, porque son dichosos los que trabajan por la justicia y la paz.
¿Está basada acaso esta esperanza en un sacrificio colectivo que sólo un por qué religioso sea capaz de confortar? ¿No es generalizado el sentimiento de impotencia y parálisis? ¿No parecen ser mayoría aquellos quienes toman partido por el violento y el poderoso?
Es cierto que la fe en un Dios misericordioso nos da motivos de esperanza y la esperanza es el mejor antídoto contra la impotencia y la inacción. Tal vez no podamos ser arquitectos de la paz pero estamos llamados a ser, en palabras del papa Francisco, “artesanos de la paz” y ello requiere sensibilidad ante las guerras, análisis y discernimiento moral que lleve a compromisos de acción en los ámbitos personal, comunitario y político.
Hay cosas que están en nuestra mano y que podemos hacer para construir paz. Crear espacios de diálogo y discernimiento desde los que reflexionar acerca de las causas que hay detrás de los conflictos. Crear plataformas sociales por la paz lo más inclusivas posibles para expresar nuestro anhelo y esperanza de paz. Esta expresión puede ser al principio algo testimonial pero debiera convertirse en un clamor social. Es tiempo también de crear espacios para el diálogo interreligioso; cada vez más, en nuestras ciudades y pueblos, es necesario ofrecer espacios para la inclusión, el intercambio, la cooperación, para descubrir las cosas que nos unen, y entre ellas el respeto a la vida y el anhelo compartido de paz. Estas acciones contribuirán a crear en nuestra sociedad y ante nuestros representantes políticos una cultura de paz que se oponga a los desmanes de las guerras, a la opresión y la injusticia tanto en Palestina como en otros lugares.
Por último, el derecho internacional es también una esperanza y por ello también el pueblo palestino es esperanza para todo el mundo. En su causa está involucrada toda la humanidad como la estuvo en el holocausto. El cese de ataques indiscriminados a civiles y los movimientos forzados de población, la liberación de los rehenes y el respeto al derecho internacional humanitario son exigencias que nos implican a todos porque se trata de Derechos humanos que, si se vulneran para la población palestina, se está vulnerando la humanidad entera, también la de los mismos agresores. Por eso mismo, y esto también es una esperanza, la rendición de cuentas por las violaciones del derecho internacional se están dilucidando en la Corte Internacional de Justicia y en la Corte Penal Internacional.