30/01/2025

El llanto de Jesús en la calle

Cada acto de amor o indiferencia hacia ellos es un encuentro directo con Él

Jesús camina por las calles llenas de olvido, con el rostro desfigurado por el llanto. Llora porque nos ha amado hasta el extremo, y sin embargo, lo hemos rechazado. No con palabras directas, sino con nuestras acciones, con nuestra indiferencia, con nuestras miradas que se apartan para no ver lo que nos incomoda. Llora porque cada día pasa junto a los que llamamos «nadie», a los que dejamos morir a la intemperie, mientras seguimos nuestro camino, cómodos, distraídos, ignorando que son ellos su rostro más puro.
 
Ve al anciano que tiembla de frío bajo un puente, sus huesos débiles tratando de resistir el invierno. Ve a la mujer que abraza a su hijo, intentando protegerlo del hambre con el único calor que tiene: su propio cuerpo. Ve al joven que cayó en las drogas porque el mundo nunca le dio una oportunidad, y ahora vive como un espectro en los rincones más oscuros de la ciudad. Jesús los ve, los ama, los abraza… y llora. Llora porque nosotros, los que decimos amarlo, los evitamos como si fueran invisibles.
 
Cada vez que pasamos junto a ellos sin detenernos, es como si claváramos un nuevo clavo en sus manos. Cada moneda que negamos, cada mirada de desprecio, cada excusa para no actuar, es un latigazo que Él siente en su espalda. Llora porque les dimos la espalda, porque los tratamos como si no valieran nada, cuando Él murió por ellos tanto como por nosotros. Llora porque cada persona ignorada es una oportunidad perdida de tocarlo a Él, de aliviar su sufrimiento, de demostrar que entendimos su sacrificio.
 
Jesús recuerda lo que dijo: «Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, por mí lo hicieron.» Y ahora ve que no hemos hecho nada. Nos ve encerrados en nuestras casas cómodas, preocupados por tener más, por consumir más, mientras afuera hay quienes no tienen ni un pedazo de pan. Llora porque, en nuestra obsesión por acumular, hemos olvidado lo que realmente importa: el amor, la compasión, la humanidad.
 
Sus lágrimas no son solo de tristeza; son de un dolor que quiebra el alma. Él sabe que nos estamos condenando con nuestra indiferencia, que cada vez que ignoramos a los olvidados, nos alejamos más de Él, de su gracia, de su amor. Pero incluso en su llanto, nos espera. A pesar de nuestro egoísmo, su corazón sigue latiendo por nosotros, rogándonos que despertemos, que veamos lo que Él ve, que amemos como Él ama.
 
Jesús grita en su dolor: “¡Vuelvan a mí! ¡Abran los ojos! ¡Ellos son mis hijos, como ustedes! Cada vez que los abandonan, me abandonan a mí. Cada vez que los desprecian, crucifican de nuevo mi amor por ustedes.”
 
¿Podremos seguir ignorándolo? ¿Podremos seguir caminando con el corazón endurecido mientras Él sigue llorando por aquellos que dejamos atrás? Ojalá estas palabras atraviesen nuestras almas y nos obliguen a actuar, porque Jesús no está solo en el cielo: está en las calles, esperando que lo reconozcamos en los que hemos dejado de amar.