25/07/2024

Campo de Trabajo: un oasis sin etiquetas en el que todos somos nada más y nada menos que personas

Una experiencia de voluntariado para jóvenes y personas sin hogar

Era viernes por la mañana, día de despedida, día de agradecer, pero también triste. Concluíamos nuestro momento de evaluación, de hacer lectura de todo lo vivido, que no fue poco, y M. recibía unas notas que habían escrito los jóvenes para él. Mensajes personales que brotaron del corazón, que reflejaban el cariño y los vínculos que habían nacido esos días. M. me miró, yo le miré, sus ojos se enrojecieron, los míos también, comenzamos a llorar y nos fundimos en un abrazo. 

Aquel momento resumía muy bien la intensidad, profundidad, calidad y calidez de la experiencia que, durante 5 días vivimos en Biar, alejados de la civilización, en un oasis en medio del desierto que muchos en nuestro grupo vivían y viven a diario. 

Éramos 26, un grupo de aventureros dispuestos a emplearnos a fondo para transformar nuestro entorno, bajo la premisa de cuidar de la creación, como tantas veces nos ha pedido el Papa Francisco en sus mensajes. 

Jóvenes voluntarios y personas sin hogar, todos juntos, como una sola familia humana, unidos bajo la estela de Cáritas, sin etiquetas, porque allí todos éramos voluntarios, todos íbamos a hacer un mismo servicio, todos éramos sencillamente personas. 

Bien sabe Dios que no es fácil generar una actividad en nuestra Casa de Cáritas en la que los grupos se rompan completamente. Somos humanos y tenemos la tendencia natural a reunirnos con las personas con las que sentimos, por así decirlo, más afinidad, porque pasamos más tiempo juntos, porque tenemos más cosas en común, etc. 

Tampoco fue un trabajo fácil aquí, en Biar, y sin embargo, lo volvimos a conseguir, como ya lo logramos en Lorcha, hace dos años. Porque cuando tiramos abajo los muros, cuando nos abrimos al otro, cuando juntos hacemos de este lugar un espacio seguro donde me siento a salvo con las personas que me acompañan, entonces, ya no hay muros, ya no hay barreras, ni etiquetas, ni prejuicios. Somos uno. 

En medio de todas aquellas actividades medioambientales, que no dejaban de ser una “excusa” para lo más importante, el trabajo de cohesión grupal y generar una experiencia significativa para la vida, hubo una actividad que destacó sobre todas, y que no fue medioambiental: la mesa de experiencias. 

Uno a uno, un grupo de jóvenes participantes (sí, jóvenes sin hogar, que tristemente también los hay) se animaron a compartir su experiencia de vida. Nadie les señaló, nadie les empujó, unos a otros se animaron, hicieron piña y tuvieron el gesto más precioso, auténtico y significativo del Campo de Trabajo. Con su relato, nos dijeron a los demás: “sois un espacio seguro”, “sois un lugar donde me siento a salvo”, “sois personas de confianza con las que compartir lo más oscuro, duro, triste, de mi camino, pero también la luz que brilla en el horizonte, a la que me agarro con fuerza para seguir remando”. 

Y cuando brotaron los relatos, brotaron las lágrimas, y con estas nació una empatía desbordante, una complicidad sin parangón, una confianza sin límites, unos vínculos del metal más duro. Y nada volvió a ser igual… Se cayeron los muros, se rompieron los grupos, las distancias se redujeron a la mínima expresión. Éramos uno, el Campo de Trabajo había logrado lo que se proponía en su título, ser un «verano con sentido”, una experiencia fundante, un empujón vital para todas aquellas personas que fuimos allí y que estamos marcadas para siempre.

Una última imagen que nunca, jamás, olvidaré. Era de noche, pasadas las 0:00, ya habíamos concluido la jornada. Un grupo de unos 10 jóvenes se encontraban reunidos en corrillo, sentados sobre hamacas, frente a la piscina. Al centro Aquarius, unas galletas de chocolate, y una bolsa de patatas. Hablaban de cosas cotidianas, de sus planes y experiencias, de sus gustos, aficiones, proyectos que tenían en mente… Como un grupo de amigos. ¿Quién era participante? ¿Quién era voluntario? Nadie lo podría saber, no había fronteras. Una imagen tan cotidiana y, precisamente por ello, en aquel contexto, tan especial y significativa. Sigamos haciendo de Cáritas un hogar donde nadie se sienta diferente, sigamos regalándonos momentos como los vividos en este «Verano con Sentido ’24».